¿Qué sabor tendría la vida si fueras peruano? ¿Sabías que Lima es una de las capitales gastronómicas de Latinoamérica y del mundo? ¿No? Yo tampoco hasta que conocí a Daniel, un joven barranquino que un día decidió compartir la forma de ver la vida en su distrito con personas de cualquier parte del mundo, de […]
¿Sabías que Lima es una de las capitales gastronómicas de Latinoamérica y del mundo? ¿No? Yo tampoco hasta que conocí a Daniel, un joven barranquino que un día decidió compartir la forma de ver la vida en su distrito con personas de cualquier parte del mundo, de una forma diferente y a través de la comida.
Daniel y yo nos hicimos buenos amigos rápidamente y, llegado el momento, decide compartir conmigo la experiencia de una de sus “exploraciones gastronómicas”, como él las llama.
Barranco es el escenario perfecto, y es que en este artístico y cultural barrio de la capital se encuentran algunos de los restaurantes y bares más emblemáticos. Nuestra primera parada es en Juanitos, uno de los bares más antiguos de este distrito, donde una larga tradición familiar lo mantiene vivo. Es un lugar que mantiene el estilo colonial y que casi pasa desapercibido, donde acostumbran muchos barranquinos a tomar cerveza y compartir con amigos. Nosotros hicimos lo mismo, y no nos fuimos sin que yo probara un plato que a simple vista me pareció atrevido: un trío de causas que combinaba algunos de mis ingredientes favoritos -como el pulpo, los camarones y el atún- que armonizaban perfectamente con la rica consistencia de la papa pulverizada.
Con el apetito abierto, seguimos hasta nuestra próxima parada. Luego de pasar por un puente, donde tuve que pedir un deseo y aguantar la respiración (el famoso Puente de los Suspiros), llegamos a lo que, Daniel me explicaba, era una taberna peruana: Isolina. Cada detalle del lugar me hacía sentir como en un hogar de antaño, y parecía que en cualquier momento saldría una abuelita de la cocina a servirnos algún plato. Pedimos un seco de asado de tira, un trozo de carne en su jugo (cocinado por cuatro horas, para que pudieras cortarlo casi con solo mirarlo), y ésto -como si el plato no fuera de por sí contundente- acompañado de un rico arroz blanco con frijoles.
Al salir de la taberna (por supuesto, después de habernos tomado un chilcano), caminamos hasta llegar a una calle donde había un puestecito para probar lo que Daniel llamaba “El digestivo”, preparado por un chico que no tendría más de 16 años. Con una curiosa habilidad, este chico agitaba distintos ingredientes en varios recipientes, para ir dando forma a lo que él llamaba “Inka Power”: una bebida que contenía al menos 18 ingredientes. Yo ya había probado el emoliente, pero nunca uno tan potente como éste, con trozos de aloe vera, tamarindo, polen de abeja, muña, linaza, eucalipto y varios otros ingredientes cuyos nombres no logro recordar; pero lo que nunca olvidaré es el intenso sabor de esta bebida que me llenó de intriga desde el primer sorbo hasta el último.
Daniel me dice que nos quedan 5 paradas más. Me río y le digo que ya estoy lleno, pero él insiste diciendo que siempre hay espacio para el postre. Seguimos caminando hasta llegar a otro puesto ambulante cerca de la plaza principal, donde pide una mazamorra morada con arroz con leche, y yo, como buen amante de los dulces, no me pude negar a probar este postre tradicional de particular consistencia y combinación de sabores que, sin lugar a dudas, no puedo dejar de recomendar.
Antes de partir, le doy las gracias a Daniel por hacerme sentir barranquino a pesar de ser extranjero, y por compartir conmigo parte de la cultura de su país a través de sus sabores. Si bien Lima posee tres de los mejores restaurantes del mundo, la gastronomía, que es motivo de orgullo para los peruanos, va mucho más allá de solo los grandes restaurantes: es también lo que encuentras día a día en sus calles, en los bares, en esos lugares donde la gente comparte.
En definitiva, Perú es un país maravilloso para visitar, y además, te vas con la barriga llena y el corazón contento.